15 de octubre de 2008

Reportaje (primera parte)

EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO
Por Karina Moreno Rojas

Actualmente existen 12 millones de inmigrantes mexicanos que residen en Estados Unidos, de los cuales 43 por ciento cuentan con documentos migratorios, en busca de una mejor forma de vida, del gran “sueño americano” y de la oportunidad de trabajo digno y mejor pagado, según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Lo anterior es consecuencia de múltiples factores, pero entre ellos el más importante es la falta de empleo en el país y es que, como precisa INEGI, la desocupación en promedio nacional afectó a 3.61 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) durante abril de este año, perjudicando con mayor énfasis a mujeres, las cuales presentan una tasa de desempleo de 19 por ciento más que los hombre.
Estamos frente a una verdadera problemática nacional, pues como cita Antonio Zúñiga en su nota “Creció el desempleo en abril: 3.61% PEA” en La Jornada del 21 de mayo del presente año, 23 de cada 100 hogares en México son sostenidos por mujeres, y desgraciadamente, “la tasa de desempleo en la población femenina se elevó de 3.99 por ciento en abril del año pasado a 4.14 en el mismo mes de 2008; mientras que la de los hombres se redujo de 3.35 a 3.28 por ciento en el mismo periodo”.
Aunado a esto, El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) calificó de evidente el rezago en la creación de empleos y aseguró que no se podrá dar cabida a 1.1 millones de personas que cada año se integran al mercado laboral.
En la nota “Rezago evidente en creación de empleos: CEESP” con fecha del 31 de marzo del 2008 en La Jornada, se precisa que las empresas poseen graves problemas para mantenerse a flote pues los costos no salariales, también denominados como deducciones o contribuciones obligadas por ley, son poco más del 50 por ciento. Como consecuencia, dichas empresas buscan la disminución de gastos a través de contrataciones eventuales que resultan insuficientes, por lo que impera el trabajo informal y la migración de mexicanos.
“México es un país de jóvenes donde todos los días 3 mil chavos se incorporan al mercado laboral. Los más en vano, pues en los últimos años de los 90 se creaban menos de mil empleos diarios, de modo que dos de cada tres solicitantes se quedaban con las ganas o se sumaban al trabajo informal”, plantea Armando Bartra en su artículo “Los derechos del que migra y el derecho de no migrar”.
Y añade que como establece la Organización Mundial del Trabajo “el desempleo creciente es el mayor drama humano del planeta, y en la depresión del arranque del siglo perdieron su trabajo unas 24 millones de personas. Pero esto no es nada: en la próxima década se sumarán al mercado laboral 500 millones de nuevos solicitantes –principalmente en los países periféricos–, mientras que, si bien nos va, se crearán unos 100 millones de empleos”.
A pesar de que el gobierno mexicano, al igual que los centroamericanos, ponen en bandeja de plata al capital extranjero mano de obra barata, leyes laborales y ambientales laxas, desregulación, facilidades fiscales y seguridad pública, no es suficiente para la creación de más y mejores empleos. Sin más, estos países se convierten en verdaderos proveedores de ciudadanos que exportan en grandes cantidades cada año, para esperar con tranquilidad las remesas que sean enviadas y que en gran parte sostienen a las economías latinoamericanas.

*** ¿Qué es ser migrante? ***

Es curioso que el verbo migrar no se contempla como tal, sino en sus acepciones de emigrar e inmigrar. “Migrante es el participio presente del verbo migrar. Y como cuanto tal, contempla la acción misma del migrar, la acción presente y no acabada, de moverse de un territorio a otro”, aclara Matteo Dean en su artículo “Ser migrante” (La Jornada, 1° de abril del 2008). Por su parte, Elaine Levine en el libro La Migración y los latinos en Estados Unidos señala que es “el movimiento de un lugar a otro en busca de mejores condiciones de vida, es una actividad que ha realizado el ser humano […] desde sus orígenes”.
Ambas definiciones no distan mucho una de la otra. Sin embargo, el ser migrante representa mucho más que una corta definición. Por principio de cuentas abarca el reconocimiento de un ser humano que se mueve, por necesidad, de un territorio a otro, portando su nacionalidad de lugar de origen, pero difícilmente conservándola después de un tiempo razonable, ya que adopta formas de ser y de pensar, formas de relacionarse y visiones distintas.
Matteo Dean reconoce como característica primordial de los inmigrantes la rebeldía al mencionar que son seres en fuga, que escapan de diversas problemáticas y rompen las reglas para llegar hasta donde desean estar, “[…] la rebelión encuentra su razón en la voluntad, explícita o menos, del migrante de desobedecer las reglas, muchas no escritas, que lo condenan a la vida que está dejando: sea ésa una vida de pobreza y falta de oportunidades, o una vida en guerra, o una condenada a la monotonía de una sociedad sin porqués ni perspectivas. Pero al mismo tiempo, irse representa una especie de rendición frente a una realidad contra la cual no se pudo”.
Sostiene además, que aunque se piense que no son migrantes aquéllos que salen de su lugar de origen sólo de forma temporal para hacer dinero o, aquéllos otros que salen para nunca volver y se establecen, pues no cumplen con la definición de migrar -entendida como seres activos en constante movimiento- el que migra nunca deja el lugar de origen aunque sea en pensamientos, ni tampoco se siente parte del nuevo sitio. Además, siempre regresa al punto de inicio ya sea físicamente al visitar o a través de la información que consume respecto al lugar del que partió.

*** Un bien común: las remesas ***

Las remesas, producto del trabajo de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, abarca un monto de 24 mil millones de dólares anuales, lo cual representa el segundo ingreso de divisas después del petróleo y antes del turismo (Cano Arturo, “Hacia una geografía del otro México” en La Jornada).
Dichas remesas son un gasto para quienes las mandan y disminuyen mucho su valor al entrar en nuestro país. Enviar el dinero a las familias les cuestas alrededor de un 20 ó 30 por ciento de valor de los dólares que mandan, todo depende de lo abusiva que sea la empresa de envío e intercambio de efectivo.
Mas, en un país donde a partir del 2001 se cerraron más que nunca una gran cantidad de maquiladoras y se perdieron 300 mil empleos debido a la recesión estadounidense y al abaratamiento de la mano de obra centroamericana y china, y donde anualmente se creaban (al menos antes del 2000) 400 mil empleos e ingresaban a mercado laboral 1 millón 100 mil jóvenes… en un país así, las esperanzas de desarrollo y progreso son nulas, por ello, la migración resulta de suma importancia para la subsistencia de miles de familias.
Ante la impotencia de 300 mil jóvenes que a diario buscan un empleo y donde sólo uno de cada tres solicitantes lo obtiene, no es de extrañarse que cerca de 500 mil chicos intenten cruzar a E. U. A. diariamente.
Cada uno de los mexicanos que parten para el país contiguo manda, siempre que le es posible, una cantidad razonable de dinero para la parte de familia que se le quedó del lado del pozole y las garnachas. Según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante el 2002 las remesas alcanzaron los 9 mil 300 millones de dólares.
Es decir, como establece Bartra en su texto publicado por La Jornada en el 2003, “tres veces el valor de las exportaciones agrícolas, 50 por ciento más que lo que aporta el turismo y casi tanto como lo que ingresa el petróleo o las inversiones extranjeras directas”.
Y agregó: “De los 23 mil millones de dólares que, según el BID, reciben América Latina y El Caribe por concepto de remesas, a México le corresponde alrededor del 40 por ciento, muy lejos está Brasil con 2 mil 600 millones y El Salvador con mil 972 millones”. De igual forma, destaca la necesidad de las remesas por la población mexicana dependiendo directamente un millón 300 mil familias, casi 7 millones de personas o lo que es lo mismo, el siete por ciento de los habitantes del país, por tanto, medio millón de hogares son dependientes totales del ingreso por remesas.
Debido a lo anterior, se tiene la concepción de que las remesas son justificación suficiente para continuar criando a mexicanos, que llegados a edad madura y con posibilidades de trabajar, se vayan a otro país a ofrecer su fuerza y conocimiento. Porque, en palabras de Bartra, “bien utilizadas –dicen–, las remesas podrían generar desarrollo en las regiones de expulsión, reduciendo la urgencia peregrina de sus habitantes”.
¿Pero qué tanto lo afirmado es cierto? No mucho en realidad, a entender de lo expresado en “Los derechos del que migra y el derecho de no migrar”. Aunque se impulsaron programas para utilizar los envíos en inversiones de mayor impacto –como Tres por Uno y Mi Comunidad en el estado de Guanajuato durante el sexenio foxista- la verdad es que sólo se canalizan remesas colectivas, que es una parte del dinero, la gran mayoría se va a la subsistencia familiar.
Porque de eso se trata, las remesas no representan una verdadera ganancia de desarrollo económico nacional a largo plazo, garantizan la existencia familiar, un crecimiento patrimonial y una significativa mejora en la calidad de vida individual, no por grandes sectores.
Según menciona el autor (Bartra) “México–Estados Unidos, la frontera más transitada del mundo, permite la gran llegada de remesas al país por lapsos de tiempos considerables pero definitorios. Es decir, el dinero mandado por los paisanos no es por siempre o de la misma manera.
Durante los primeros meses e incluso años, se recibe el mayor porcentaje de ingresos, pero pasado el tiempo, éste disminuye o se estanca en la misma cantidad de siempre cuando el migrante en realidad pudiera mandar más. Ya para entonces los planes han cambiado. Ya no se piensa en una estancia temporal para juntar dinero y volver a la tierra de origen, se sueña con el “sueño americano”, se imagina una vida de lujos y perfecciones, se busca la manera de mantenerse en el sitio y conseguir papeles legales y la ciudadanía para tener los mismos derechos que todos.
“Las remesas es un flujo monetario insostenible en sus volúmenes actuales, y en el que no puede sustentarse la economía: ni la local, ni la regional ni la nacional. Además, las remesas no son un ingreso neto, pues, a cambio de lo que entra, salen del país trabajadores adultos y laboralmente formados, en los que la sociedad mexicana invirtió, de modo que los envíos pueden verse como la reposición de este gasto”, comenta Bartra en su texto.
Y más adelanté explica porqué. Aunque para la teoría económica cualquier ingreso es una utilidad porque los migrantes son un excedente y está bien lo que ofrezcan por ellos; en una lógica mucho más racional y real se reubica al migrante como un humano y ciudadano, que fue motivo de gastos por el gobierno, mismos que nunca serán retribuidos estando trabajando para otro país.
Por lo que hay más ganancia de las barras y las estrellas que de nuestra águila devorando una serpiente. El gobierno estadounidense se beneficia con un trabajo barato, que no le sugiere más gastos en comparación a los aspectos económicos que se reservan por impuestos y pensiones; y cuenta a su favor con la intimidación y bajos salarios por la condición de inmigrantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

está muy interesante lo que escribes
matteo dean