15 de octubre de 2008

Reportaje (primera parte)

EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO
Por Karina Moreno Rojas

Actualmente existen 12 millones de inmigrantes mexicanos que residen en Estados Unidos, de los cuales 43 por ciento cuentan con documentos migratorios, en busca de una mejor forma de vida, del gran “sueño americano” y de la oportunidad de trabajo digno y mejor pagado, según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Lo anterior es consecuencia de múltiples factores, pero entre ellos el más importante es la falta de empleo en el país y es que, como precisa INEGI, la desocupación en promedio nacional afectó a 3.61 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) durante abril de este año, perjudicando con mayor énfasis a mujeres, las cuales presentan una tasa de desempleo de 19 por ciento más que los hombre.
Estamos frente a una verdadera problemática nacional, pues como cita Antonio Zúñiga en su nota “Creció el desempleo en abril: 3.61% PEA” en La Jornada del 21 de mayo del presente año, 23 de cada 100 hogares en México son sostenidos por mujeres, y desgraciadamente, “la tasa de desempleo en la población femenina se elevó de 3.99 por ciento en abril del año pasado a 4.14 en el mismo mes de 2008; mientras que la de los hombres se redujo de 3.35 a 3.28 por ciento en el mismo periodo”.
Aunado a esto, El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) calificó de evidente el rezago en la creación de empleos y aseguró que no se podrá dar cabida a 1.1 millones de personas que cada año se integran al mercado laboral.
En la nota “Rezago evidente en creación de empleos: CEESP” con fecha del 31 de marzo del 2008 en La Jornada, se precisa que las empresas poseen graves problemas para mantenerse a flote pues los costos no salariales, también denominados como deducciones o contribuciones obligadas por ley, son poco más del 50 por ciento. Como consecuencia, dichas empresas buscan la disminución de gastos a través de contrataciones eventuales que resultan insuficientes, por lo que impera el trabajo informal y la migración de mexicanos.
“México es un país de jóvenes donde todos los días 3 mil chavos se incorporan al mercado laboral. Los más en vano, pues en los últimos años de los 90 se creaban menos de mil empleos diarios, de modo que dos de cada tres solicitantes se quedaban con las ganas o se sumaban al trabajo informal”, plantea Armando Bartra en su artículo “Los derechos del que migra y el derecho de no migrar”.
Y añade que como establece la Organización Mundial del Trabajo “el desempleo creciente es el mayor drama humano del planeta, y en la depresión del arranque del siglo perdieron su trabajo unas 24 millones de personas. Pero esto no es nada: en la próxima década se sumarán al mercado laboral 500 millones de nuevos solicitantes –principalmente en los países periféricos–, mientras que, si bien nos va, se crearán unos 100 millones de empleos”.
A pesar de que el gobierno mexicano, al igual que los centroamericanos, ponen en bandeja de plata al capital extranjero mano de obra barata, leyes laborales y ambientales laxas, desregulación, facilidades fiscales y seguridad pública, no es suficiente para la creación de más y mejores empleos. Sin más, estos países se convierten en verdaderos proveedores de ciudadanos que exportan en grandes cantidades cada año, para esperar con tranquilidad las remesas que sean enviadas y que en gran parte sostienen a las economías latinoamericanas.

*** ¿Qué es ser migrante? ***

Es curioso que el verbo migrar no se contempla como tal, sino en sus acepciones de emigrar e inmigrar. “Migrante es el participio presente del verbo migrar. Y como cuanto tal, contempla la acción misma del migrar, la acción presente y no acabada, de moverse de un territorio a otro”, aclara Matteo Dean en su artículo “Ser migrante” (La Jornada, 1° de abril del 2008). Por su parte, Elaine Levine en el libro La Migración y los latinos en Estados Unidos señala que es “el movimiento de un lugar a otro en busca de mejores condiciones de vida, es una actividad que ha realizado el ser humano […] desde sus orígenes”.
Ambas definiciones no distan mucho una de la otra. Sin embargo, el ser migrante representa mucho más que una corta definición. Por principio de cuentas abarca el reconocimiento de un ser humano que se mueve, por necesidad, de un territorio a otro, portando su nacionalidad de lugar de origen, pero difícilmente conservándola después de un tiempo razonable, ya que adopta formas de ser y de pensar, formas de relacionarse y visiones distintas.
Matteo Dean reconoce como característica primordial de los inmigrantes la rebeldía al mencionar que son seres en fuga, que escapan de diversas problemáticas y rompen las reglas para llegar hasta donde desean estar, “[…] la rebelión encuentra su razón en la voluntad, explícita o menos, del migrante de desobedecer las reglas, muchas no escritas, que lo condenan a la vida que está dejando: sea ésa una vida de pobreza y falta de oportunidades, o una vida en guerra, o una condenada a la monotonía de una sociedad sin porqués ni perspectivas. Pero al mismo tiempo, irse representa una especie de rendición frente a una realidad contra la cual no se pudo”.
Sostiene además, que aunque se piense que no son migrantes aquéllos que salen de su lugar de origen sólo de forma temporal para hacer dinero o, aquéllos otros que salen para nunca volver y se establecen, pues no cumplen con la definición de migrar -entendida como seres activos en constante movimiento- el que migra nunca deja el lugar de origen aunque sea en pensamientos, ni tampoco se siente parte del nuevo sitio. Además, siempre regresa al punto de inicio ya sea físicamente al visitar o a través de la información que consume respecto al lugar del que partió.

*** Un bien común: las remesas ***

Las remesas, producto del trabajo de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, abarca un monto de 24 mil millones de dólares anuales, lo cual representa el segundo ingreso de divisas después del petróleo y antes del turismo (Cano Arturo, “Hacia una geografía del otro México” en La Jornada).
Dichas remesas son un gasto para quienes las mandan y disminuyen mucho su valor al entrar en nuestro país. Enviar el dinero a las familias les cuestas alrededor de un 20 ó 30 por ciento de valor de los dólares que mandan, todo depende de lo abusiva que sea la empresa de envío e intercambio de efectivo.
Mas, en un país donde a partir del 2001 se cerraron más que nunca una gran cantidad de maquiladoras y se perdieron 300 mil empleos debido a la recesión estadounidense y al abaratamiento de la mano de obra centroamericana y china, y donde anualmente se creaban (al menos antes del 2000) 400 mil empleos e ingresaban a mercado laboral 1 millón 100 mil jóvenes… en un país así, las esperanzas de desarrollo y progreso son nulas, por ello, la migración resulta de suma importancia para la subsistencia de miles de familias.
Ante la impotencia de 300 mil jóvenes que a diario buscan un empleo y donde sólo uno de cada tres solicitantes lo obtiene, no es de extrañarse que cerca de 500 mil chicos intenten cruzar a E. U. A. diariamente.
Cada uno de los mexicanos que parten para el país contiguo manda, siempre que le es posible, una cantidad razonable de dinero para la parte de familia que se le quedó del lado del pozole y las garnachas. Según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante el 2002 las remesas alcanzaron los 9 mil 300 millones de dólares.
Es decir, como establece Bartra en su texto publicado por La Jornada en el 2003, “tres veces el valor de las exportaciones agrícolas, 50 por ciento más que lo que aporta el turismo y casi tanto como lo que ingresa el petróleo o las inversiones extranjeras directas”.
Y agregó: “De los 23 mil millones de dólares que, según el BID, reciben América Latina y El Caribe por concepto de remesas, a México le corresponde alrededor del 40 por ciento, muy lejos está Brasil con 2 mil 600 millones y El Salvador con mil 972 millones”. De igual forma, destaca la necesidad de las remesas por la población mexicana dependiendo directamente un millón 300 mil familias, casi 7 millones de personas o lo que es lo mismo, el siete por ciento de los habitantes del país, por tanto, medio millón de hogares son dependientes totales del ingreso por remesas.
Debido a lo anterior, se tiene la concepción de que las remesas son justificación suficiente para continuar criando a mexicanos, que llegados a edad madura y con posibilidades de trabajar, se vayan a otro país a ofrecer su fuerza y conocimiento. Porque, en palabras de Bartra, “bien utilizadas –dicen–, las remesas podrían generar desarrollo en las regiones de expulsión, reduciendo la urgencia peregrina de sus habitantes”.
¿Pero qué tanto lo afirmado es cierto? No mucho en realidad, a entender de lo expresado en “Los derechos del que migra y el derecho de no migrar”. Aunque se impulsaron programas para utilizar los envíos en inversiones de mayor impacto –como Tres por Uno y Mi Comunidad en el estado de Guanajuato durante el sexenio foxista- la verdad es que sólo se canalizan remesas colectivas, que es una parte del dinero, la gran mayoría se va a la subsistencia familiar.
Porque de eso se trata, las remesas no representan una verdadera ganancia de desarrollo económico nacional a largo plazo, garantizan la existencia familiar, un crecimiento patrimonial y una significativa mejora en la calidad de vida individual, no por grandes sectores.
Según menciona el autor (Bartra) “México–Estados Unidos, la frontera más transitada del mundo, permite la gran llegada de remesas al país por lapsos de tiempos considerables pero definitorios. Es decir, el dinero mandado por los paisanos no es por siempre o de la misma manera.
Durante los primeros meses e incluso años, se recibe el mayor porcentaje de ingresos, pero pasado el tiempo, éste disminuye o se estanca en la misma cantidad de siempre cuando el migrante en realidad pudiera mandar más. Ya para entonces los planes han cambiado. Ya no se piensa en una estancia temporal para juntar dinero y volver a la tierra de origen, se sueña con el “sueño americano”, se imagina una vida de lujos y perfecciones, se busca la manera de mantenerse en el sitio y conseguir papeles legales y la ciudadanía para tener los mismos derechos que todos.
“Las remesas es un flujo monetario insostenible en sus volúmenes actuales, y en el que no puede sustentarse la economía: ni la local, ni la regional ni la nacional. Además, las remesas no son un ingreso neto, pues, a cambio de lo que entra, salen del país trabajadores adultos y laboralmente formados, en los que la sociedad mexicana invirtió, de modo que los envíos pueden verse como la reposición de este gasto”, comenta Bartra en su texto.
Y más adelanté explica porqué. Aunque para la teoría económica cualquier ingreso es una utilidad porque los migrantes son un excedente y está bien lo que ofrezcan por ellos; en una lógica mucho más racional y real se reubica al migrante como un humano y ciudadano, que fue motivo de gastos por el gobierno, mismos que nunca serán retribuidos estando trabajando para otro país.
Por lo que hay más ganancia de las barras y las estrellas que de nuestra águila devorando una serpiente. El gobierno estadounidense se beneficia con un trabajo barato, que no le sugiere más gastos en comparación a los aspectos económicos que se reservan por impuestos y pensiones; y cuenta a su favor con la intimidación y bajos salarios por la condición de inmigrantes.

12 de octubre de 2008

Control de lectura

Reflexión del texto La naciente pasión afgana por la tele
Por Karina Moreno Rojas

Este texto me gustó mucho, es breve y crítico sin manifestar abiertamente opiniones del periodista, sino a través de contradicciones que refleja con cifras de desabasto de los servicios básicos, el analfabetismo y el constante daño y peligro de la guerra frente al entretenimiento colectivo o individual, según el género, de afganos pendientes a la televisión, principalmente a los melodramas o telenovelas, de las cuales dicen aprender aspectos de la realidad.
Resulta interesante como inicia el autor, al relatar la experiencia de Sediqui vivida hace siete años, mismo que ahora es reconocido como celebridad de la televisión afgana.
A mi parecer, el relato manifiesta la inocencia y quizá también ignorancia de los afganos, quienes consideran que las problemáticas que observan en las telenovelas “enseñan cosas sobre la vida”, cuando bien es sabido que son en su mayoría historias baratas que reflejan una supuesta realidad en donde los buenos siempre ganan y el amor vence al mal.
Por otro lado, reconocen a la televisión como un medio comunicativo que dice la verdad sólo porque “en todo el mundo las suegras se dedican a buscar pleito”, esto es algo sin ningún valor o aspecto sustentable.
Finalmente, es interesante como las personas ven en la pantalla de televisión todo aquello que desconocen y que jamás podrán tener, como alimentos de alta cocina que no podrán probar pues se encuentran en restaurantes caros a los cuales no acudirán; o programas donde se dedican a contar historias en las cuales no hay ningún problema bélico, los únicos conflictos son amoríos inconclusos.

Control de lectura

Reflexión de texto El mundo de Jimmy
Por Karina Moreno Rojas

Jimmy´s World, escrito por la periodista Janet Cooke, es un texto impactante donde relata la vida de un niño de apenas ocho años adicto a la heroína desde hace tres. Muestra la contradicción entre el actuar de un niño como si fuera una persona adulta y los sueños e ilusiones de un pequeño inocente; ejemplo de ello es cuando Jimmy plantea desear ser vendedor de droga cuando sea grande (a los once años) para poder comprarse un perro shepherd, una bicicleta y un balón de basketball.
De igual forma, el único interés de Jimmy en la escuela es aprender matemáticas, únicamente para estar atento en sus próximos negocios en la venta de droga y de todo aquello que se le pueda vender a la gente.
La historia es una radiografía de la vida tan hiriente y dañina que se vive en los guettos –barrios negros estadounidenses- y que resulta una forma de existencia normal para los involucrados, aunque no por ello desconocen que están mal.
El mundo de Jimmy está lleno de drogas, dinero fácil, prostitución y robos. Resulta verdaderamente impresionante el leer los sueños de un niño relacionados a los arsenales de drogas; la historia de su madre que fue violada y lo tuvo como consecuencia de dicha violación, la cual para olvidar los problemas de su vida después del embarazo se hace adicta a la heroína, manteniendo su vicio de 60 dólares diarios con robar tiendas y prostituyéndose.
Sin embargo, lo que más me asombró fue la descripción del ansia de Jimmy por la droga, su desesperación al prender y apagar su espada de Star Wars, cómo le es inyectada la heroína y el momento en que olvida todo y disfruta tal como si estuviera en una montaña rusa (referencia que hace el niño a la periodista sobre la sensación de drogarse).
La investigación que la autora realiza es evidente e importante para contextualizar la experiencia de Jimmy, tendiendo por ejemplo investigación acerca de la droga llamada Golden Crescen, datos ofrecidos por el Instituto de Abuso de Drogas de la Universidad de Howard sobre el incremento en el consumo de droga y declaraciones de un médico de la misma institución y de una trabajadora social.
Es un reportaje corto que vale la pena conocerlo, que no sólo explica la situación de vida en los barrios negros de Estados Unidos, sino también refleja diferentes experiencias en una misma historia que sensibiliza y asombra a quien lee.

Nota informativa (nuevo periodismo)

El Universal
La naciente pasión afgana por la tele
BARRY BEARAKTHE NEW YORK TIMES

El Universal Lunes 06 de agosto de 2007

Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
KABUL.— Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
El primer delito, que además resultaba obvio, era el largo de su cabello. Aunque los talibanes insistían en que los hombres no debían recortarse la barba, se oponían al “desaliño”, y el estudiante llevaba los mechones desgreñados. Su otra transgresión era más grave. Si sus captores escudriñaban entre sus posesiones, encontrarían un CD con una película clasificación X.
“Afortunadamente, no se dieron cuenta; mi único castigo fue afeitarme la barba, por mi cabello largo”, recordó Sediqi, que ahora, a sus 26 años, es uno de los hombres más conocidos del país, no por ser un guerrillero o un mulá, sino por ser una celebridad de la televisión, el conductor de Afghan Star, versión afgana de American Idol.
Desde la caída del régimen talibán, a finales de 2001, Afganistán se ha desarrollado a tropezones. Entre las cosas que no han cambiado, y que afectan a la gente, está la continua guerra, los líderes ineptos, los policías corruptos y las difíciles condiciones de vida. De acuerdo con los más recientes sondeos del gobierno, sólo 43% de las viviendas cuentan con ventanas y techos no destruidos; 31% tiene agua potable segura y 7% baños adecuados.
Pero la televisión ha recibido un impulso fenomenal, en un país donde los afganos buscan algún escape, como en el resto del mundo: las telenovelas que enfrentan a los buenos con los malos; los chefs que preparan alimentos que la mayoría de las personas nunca comería en cocinas que nunca podrían tener, pues no podrían pagarlas; los anfitriones de talk-shows, extrayendo secretos de los desvergonzados, que no pueden guardarse los problemas para ellos mismos.
La más reciente encuesta nacional, que data de 2005, muestra que 19% de los hogares afganos cuenta con una televisión, una cifra considerable, no sólo por el hecho de que tener televisión durante el régimen talibán era un delito, sino porque apenas 14% de la población tiene acceso a la electricidad. En un estudio de este año sobre las cinco provincias afganas más urbanizadas, dos terceras partes de los entrevistados dijeron que veían televisión todos los días o casi todos los días.
“Tal vez Afganistán no es tan diferente de otros lugares”, dijo Muhammad Qaseem Akhgar, un importante analista social y editor de un periódico. “La gente ve televisión porque no hay nada más que hacer”.
Leer es una opción más improbable: apenas 28% de la población está alfabetizada. “¿En qué otra cosa puede uno divertirse”, añadió Akhgar.
Cada noche, los residentes de Kabul prenden el televisor en el horario estelar como relojes, como responderían, en otras circunstancias, al llamado a la oración. “Como puede ver, la televisión dice la verdad, porque en todo el mundo las suegras se dedican a buscar pleito”, dijo Muhammad Farid, un afgano sentado en un restaurante junto a la mezquita Pul-i-Khishti Mosque, con la atención fija en una telenovela india doblada al dari.
Las mujeres, cuyas apariciones en público se ven limitadas por las costumbres, suelen ver sus programas favoritos más bien en casa. En cambio, los hombres son libres de convertir a la televisión en un ritual comunal. En los restaurantes, los clientes se sientan en plataformas alfombradas, atentos al aparato de televisión colocado cerca del techo. Cuestiones profundamente metafísicas los abruman: ¿Encontrará Prerna la felicidad con el señor Bajaj, que, después de todo no es el padre de su hijo?
“Estos son problemas que te enseñan cosas sobre la vida”, dijo Sayed Agha, que de día vende verdura fresca en un carrito, y de noche acostumbra ver melodramas.
Qué ver no está a discusión. A las 7:30, Prerna, una telenovela india conocida por el nombre de su protagonista femenina.

Lectura (reportaje polémico)

CÍRCULO BOLIVARIANO 17 DE MARZO
29 de mayo de 2003
MANIPULACION INFORMATIVA DURANTE LA INVASION A IRAK

Rescatando a la soldado Lynch
Roberto Bardini (desde México, especial para ARGENPRESS.info)
Los camarógrafos del ejército de Estados Unidos en Irak no tienen nada que envidiarle al director de cine Steven Spielberg, quien en 1998 ganó un premio Oscar por su película Rescatando al soldado Ryan. Y parece que los guionistas de Hollywood han encontrado serios competidores: los especialistas en operaciones psicológicas del Pentágono. Unos y otros exageran o distorsionan la realidad para crear obras de ficción que lleguen al corazón de un público ávido de héroes. O, como en este caso, de heroínas... contra su voluntad.
La pólvora y la imprenta guardan una relación íntima, escribió Oswald Spengler en La Decadencia de Occidente, voluminosa obra publicada en 1922. En aquellos años la industria cinematográfica no estaba muy desarrollada ni existía la televisión. La siguiente historia -que también podría titularse 'Guerra, mentiras y video'- da la razón al historiador alemán. Y confirma una vez más la vieja y archicitada frase del senador norteamericano Hiram Warren Johnson en 1917: 'Al comenzar la guerra, la primera baja es la verdad'.

Comandos al ataque
Escena uno: 23 de marzo. La soldado Jessica Lynch -de 19 años, originaria de Palestine (West Viginia) asignada a la Sección Suministros del ejército de Estados Unidos- viaja en camión por el desierto de Irak. Ella es una de las 35 mil mujeres de uniforme enviadas al país árabe.
Escena dos: El vehículo militar, en el que van 15 soldados de la 507ª Brigada de Mantenimiento, cae en una emboscada tendida por milicianos iraquíes. A pesar de las heridas, Jessica resiste disparando su fusil hasta el último cartucho; no quiere caer prisionera con vida. Los árabes se ensañan con ella y la apuñalan. Sin embargo, la bella guerrera sigue viva.
Escena tres: 30 de marzo. Jessica permanece acostada en el hospital iraquí de Nassariya, llena de fracturas y vendajes. Esta herida de bala en varias partes. Además, tiene rotos un brazo, ambas piernas, pies y tobillos. Es una de los diez primeros soldados estadounidenses capturados por las fuerzas iraquíes en los días iniciales de la invasión terrestre. Lleva una semana sin comer. Los doctores y enfermeras la atienden con desgano. La custodian alrededor de 40 'fedayines'. Uno de ellos, entra, la insulta y le pega cachetadas en el rostro.
Escena cuatro: Un civil llamado Mohammed, de 32 años, está en el hospital visitando a su esposa, que es enfermera. Se conmueve ante el sufrimiento de la joven prisionera que vino a salvar al pueblo iraquí de la dictadura de Saddam Hussein. Escucha que un médico habla de amputarle una pierna. No puede soportar lo que ve y oye.
Escena cinco: Primero de abril. Mohamed recorre diez kilómetros a pie, rumbo al primer puesto militar norteamericano. Llega con las manos en alto, para demostrar que no es enemigo. 'Tengo información sobre una mujer soldado en el hospital', dice. Dibuja un plano para guiar a los compañeros de Jessica.
Escena seis: Noche. Inmediaciones del hospital de Nassariya. '¡Go, go, go!', ordena a los gritos un joven teniente. '¡Go, go, go!', vocifera un recio sargento. Una fuerza conjunta de 'marines', 'rangers' y 'Navy Seal' (Sea-Air-Land: tierra, aire y mar), armados con equipo de visión nocturna y coordinados por la CIA, ataca. Explosiones y disparos. Desconcierto de 'fedayines', médicos y enfermeras. Jessica Lynch es rescatada y llevada en camilla hasta un helicóptero Blackhawk. No hay muertos ni heridos en el comando atacante. (THE END).

Una heroína americana
El 'guión' anterior fue desarrollado con información de las agencias AP, AFP y Reuters publicada en varios periódicos de América Latina. La cadena televisiva CNN exhibió en prácticamente todo el mundo una grabación en video del operativo de rescate, filmado por un camarógrafo del ejército, pobre de luz y con mucho grano. 'Esta es una historia que acabará probablemente en película', expresó emocionada la presentadora de la CNN.
Antes de su salto a la fama, Jessica Lynch había sido asignada a la base de Fort Bliss (Texas), donde cumplió dos años de servicio y había renovado por otros cuatro. Nunca se imaginó que un día le tocaría participar en una guerra.
'América es una nación que no deja a sus héroes atrás', dijo James Wilkinson, vocero del Comando Central del ejército norteamericano en Qatar, al comentar el rescate 'detrás de las líneas enemigas'. Sin embargo, no dio demasiados detalles sobre la operación, ni precisó si las unidades especiales tuvieron que hacer frente a soldados iraquíes armados para poder liberar a Jessica Lynch.
'Algunas almas valientes pusieron sus vidas en riesgo', agregó en tono épico el general Vincent Brooks, quien describió cómo la operación se llevó a cabo a medianoche y exigió la participación de decenas de soldados de élite.
Gregory Lynch, hermano mayor de Jessica y también soldado, manifestó: 'Han hecho un trabajo maravilloso. Sabía que estaba viva y que la iban a rescatar. Aunque no pensé que fuera tan pronto'.
El presidente George W. Bush compartió el entusiasmo de los militares, necesitados de una historia que subiera su moral. Según el portavoz presidencial, Ari Fleischer, Bush celebró el éxito del rescate cuando Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, le transmitió la noticia. 'El presidente está tremendamente orgulloso de la labor del equipo de rescate que puso en riesgo su propia vida para librar a un soldado del cautiverio', dijo Fleischer.
Los equipos de televisión norteamericanos volaron rápidamente a Palestine, el mísero pueblo natal de Jessica en Virginia Occidental, que cuenta con un 15 por ciento de desocupación, una de las cifras más altas del país. La muchacha, según relataron sus familiares, aspiraba a estudiar para maestra de jardín de infantes y firmó un contrato con el ejército sólo para poder costearse los estudios. Ella no aspiraba a llegar a general de brigada: sólo quería ahorrar para obtener un título universitario.
Cuando el Pentágono anunció su rescate, ella se transformó de la noche a la mañana en toda una heroína norteamericana, con todos los atributos de una sociedad de consumo: botones que decían 'America loves Jessica', calcomanías para automóviles, remeras, tazas, canciones country y una película de la cadena NBC para televisión.
El otro héroe casi anónimo, Mohammed, mientras tanto, fue trasladado con su esposa y e hijo de seis años a un centro militar en Umm Qasr, como 'invitado de honor' de Estados Unidos.

Guerra, mentiras y video
La conmovedora historia de acción comenzó a desinflarse siete semanas después, en una especie de sorprendente obra teatral en cinco actos.
Primer acto: El doctor Greg Argyros, quien encabeza al equipo médico que atiende a Jessica Lynch en el hospital militar Walter Reed, en Estados Unidos, declara a la NBC que es muy probable que la soldado nunca recuerde su aventura en Irak. 'No tiene ningún recuerdo de los sucesos desde el momento en que su convoy fue atacado hasta que se despertó' en un hospital iraquí, dice el facultativo. Argyros explica que no se trata de un caso de amnesia, a la que define como 'el olvido de algo que uno sabía'. Explica que la soldado Lynch simplemente no recuerda la emboscada del 23 de marzo en la que fue capturada.
Segundo acto: La cadena televisiva BBC, de Londres, entrevista a los médicos iraquíes que atendieron a Jessica en el hospital de Nassariya.
Los doctores aseguran que ella no tenía heridas de bala, que no recibió maltratos y que hicieron todo posible por curarla de sus fracturas. Además, relatan que se comunicaron con las fuerzas estadounidenses para informarles que los milicianos habían abandonado el hospital el 28 de marzo y avisarles que querían devolverles a la muchacha. Cuarenta y ocho horas antes de su espectacular rescate, una ambulancia iraquí se trasladó hasta las líneas enemigas para entregarles a la paciente, pero debió dar la media vuelta y escapar a toda velocidad porque los soldados invasores les dispararon y por poco matan a su propia camarada de armas.
El doctor Anmar Uday dice a la BBC: 'Nos sorprendió. No había soldados (iraquíes) en el hospital. Fue como una película de Hollywood. (Los invasores) gritaron 'vamos, vamos, vamos', dispararon con balas de fogueo y se escucharon explosiones. Montaron un show: no hubo bajas en ningún bando'. Según Uday, parecía 'una película de acción como las de Sylvester Stallone'.
Tercer acto: La BBC también entrevista a los médicos norteamericanos que atendieron a Jessica ya en territorio de Estados Unidos. Confirman que ella no tenía heridas de bala ni señales de tortura, sino fracturas y lastimaduras causadas por la volcadura del camión en que viajaba.
La BBC asegura que la versión oficial estadounidense que dio la vuelta al mundo sobre la captura, resistencia y rescate de Jessica fue una manipulación de la realidad. 'La historia es una de las piezas más asombrosas del manejo de la noticia jamás concebidas', afirma la cadena de televisión británica.
Cuarto acto: Mohammed -el único testigo que dice haber observado los maltratos a Jessica- resulta ser abogado. Recibe asilo en Estados Unidos y trabaja como lobbista u 'operador' en una empresa de negocios perteneciente a un ex representante legislativo. Se niega sistemáticamente a ser entrevistado por la prensa.
Quinto acto: 'No sé qué sucedió, no recuerdo nada', declara Jessica a los periodistas. Su rostro angelical sonríe con timidez, desvía la mirada, baja la vista. (CAE EL TELON)
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Tomado de ARGENPRESS.info
BARDINI Roberto, Rescatando a la soldado Lynch, http://www.angelfire.com/nb/17m/medios/alrescates.html, miércoles 20 de agosto del 2008, 2:55 a.m.





Salvad a la soldado Lynch
Última modificación 04/02/2007 06:18
Pascual SerranoVersión oficial del Pentágono: El convoy militar de la soldado Lynch es atacado en una emboscada por el ejército iraquí. Tras una resistencia feroz la soldado Jessica Lynch es herida y capturada después de vaciar sus cargadores contra el enemigo. Los iraquíes la llevan a un hospital donde está fuertemente custodiada por el ejército de Sadam. A pesar de ello, un comando de elite norteamericano logra rescatarla en una brillante operación relámpago burlando la vigilancia de los soldados iraquíes.
Hechos reales tras la investigación del Departamento de Defensa: La unidad 507 del Ejército a la que pertenecía la soldado Lych toma una carretera equivocada que le conduce a la boca del lobo, el centro de Nasiriya, debido a que interpretan mal los mapas y a un problema de comunicación con los vehículos de otras unidades. Empiezan a sonar unos disparos, la unidad se dispersa en un absoluto caos dominada por las prisas y el miedo. Unos vehículos se quedan sin gasolina y otros se atascan en la arena. La soldado Lynch resulta herida al volcar su vehículo sin llegar a utilizar las armas. Es trasladada y atendida con esmero en un hospital civil donde no hay presencia militar alguna. Lógicamente el ejército norteamericano la puede rescatar sin ninguna dificultad ni resistencia por parte del personal sanitario del hospital.
Aplíquese este ejemplo a la información sobre la existencia de armas de destrucción masiva, la amenaza terrorista de Sadam Hussein, las intenciones de liberar al pueblo iraquí y el futuro de democracia y reconstrucción que planea EEUU para Iraq.
SERRANO Pascual, Salvad a la soldado Lynch, http://www.pascualserrano.net/7-JULIO-03/12-07-03soldadolych.htm, miércoles 20 de agosto del 2008, 3:09 a.m.
El falluto rescate de la soldado LynchTed Córdova Claure Jueves, 26 de junio de 2003El rescate en Iraq, de la soldado Lynch, no tiene nada que ver con “El rescate del soldado Ryan”, épico film basado en un relato del famoso historiador norteamericano , Stephen Ambrose , - recientemente fallecido-, que fue una gran película, dirigida por el laureado Steven Spielbrg y con el tambien premiado actor Tom Hanks. El “rescate” de Lynch fue un fiasco de la propaganda del Pentágono.
En busca de apoyo para una guerra que nadie ha entendido o aceptado, el gobierno de Bush lanzó una supuesta accion de heroismo bélico tratando de convocar al interés y el patriotismo de los estadounidenses, pero poco a poco se está demostrando que todo fue una falsa historia mal hecha, pretendidamente al estilo Hollywood.
La justificación de Bush, como se debate hoy a nivel mundial, al comprobarse que no encontraron las famosas armas de destrucción masiva que con tanta insistencia anunciaron el presidente Bush y el primer ministro británico Tony Blair, que el dictador iraquí ya disponía... y podía usarlas en cualquier momento.
Pero el ‘rescate” de la soldado Lynch, en Irak, se está transformando en el peor montaje propagandístico del Pentágono sobre la guerra contra Irak, un episodio plagado de falsedades y mentiras que la dinastía Bush impuso a la opinión norteamericana y mundial para salvarse ante la Historia y justificar una aventura bélica que no se sabe cuándo, ni cómo, ni dónde terminará...
El 23 de marzo, cuando la invasión anglonorteamericana había comenzado desde Kuwait y virtualmente desde los cuatro puntos cardinales del mapamundi, un convoy de apoyo del ejército norteamericano equivocó su ruta y cayó en una emboscada cerca de la población de Nassariya, que el comando norteamericano había decidido pasar por alto, en su angustia por avanzar rápido hacia Bagdad.
En el curso de la emboscada, varios vehículos del convoy norteamericano fueron destruidos y hubo un breve combate.
Cinco soldados cayeron muertos y unos siete fueron heridos o cayeron presos de los iraquíes, incluyendo a dos mujeres soldados y una de ellas, se dijo en una primera versión, estuvo peleando, disparando su rifle M-16 hasta vaciar el cargador, o sea que luchando, hasta que fue capturada y llevada a un hospital de Nassariya.
La soldado fue rescatada por un grupo especial, después de que los militares norteamericanos fueron dateados por los propios médicos del hospital que la soldado Lynch podía ser rescatada de una determinada habitación porque los médicos temían que podía ser maltratada por los milicianos baathistas (del partido de Sadam Hussein) que montaban guardia allí.
Lo cierto es que una unidad de comandos de las fuerzas especiales fue a rescatarla, en un aparatoso operativo nocturno, pateando puertas, armas largas en ristre y gritando “go, go. go!’”, ante los atónitos médicos y enfermeras que ya habían franqueado el paso y acomodado todo para la entrega de la soldado herida.
Todo esto fue filmado con cámaras especiales para captar imágenes nocturnas, según un informe de la BBC de Londres, que criticó la ‘teatralización’ del episodio.
Un periodista canadiense, que investigó el caso, escribió en el Toronto Star que la soldado Lynch no tenía heridas de bala, sino una fractura en la columna y otra en la pierna, y alguna cortada de cuchillo que en todo caso, le impedían manipular el rifle M-16.
El periodista siguió el caso hasta el hospital Walter Reed de Washington, donde Lynch se encuentra aislada, con un guardia militar en la puerta. Solo se permite el acceso de su padre, quien ante la prensa dijo que no podía hablar nada de nada. Al principio se dijo que la soldado había perdido la memoria. Ni siquiera hubo respuesta a la oferta de la televisora CBS, que ha cambio de una entrevista ofrecía financiar un libro y una película. Es decir, el camino directo al estrellato y a la bonanza económica. Lynch, que vivía en una empobrecida zona del estado de west Virginia, se había enrolado en el ejército con el propósito de obtener una beca, para estudiar para maestra. Pero nada. La soldado Lynch sigue bajo control del Pentágono. Y es uno de los misterios de la guerra de propaganda en Irak. Y, justo cuando estoy terminando de escribir este artículo, veo la noticia de que quien fue artífice de las relaciones públicas del Pentágono, Victoria Clarke, de estricta confianza del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, ha presentado su renuncia.
¿Será una víctima indirecta del operativo de rescate de la soldado Lynch? Ya viene el próximo capitulo.

TED Córdova Claure, El falluto rescate de la soldado Lynch, http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/2810102.asp, miércoles 20 de agosto del 2008, 3:18 a.m.

JULIO CORTÁZAR

Continuidad de los parques
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

La Noche boca arriba
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerro los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última a visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor, y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, mas precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él, aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. -Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el mas fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero como impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de su vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegados a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

(Julio Cortázar, Final del Juego, Ed. Sudamericana, Bs.As. 1993)

Lectura (reportaje polémico)

Jimmy's World
Janet Cooke, Washington Post Staff Writer, September 28, 1980.

Jimmy is 8 years old and a third-generation heroin addict, a precocious little boy with sandy hair, velvety brown eyes and needle marks freckling the baby-smooth skin of his thin brown arms.He nestles in a large, beige reclining chair in the living room of his comfortably furnished home in Southeast Washington. There is an almost cherubic expression on his small, round face as he talks about life -- clothes, money, the Baltimore Orioles and heroin. He has been an addict since the age of 5. His hands are clasped behind his head, fancy running shoes adorn his feet, and a striped Izod T-shirt hangs over his thin frame. "Bad, ain't it," he boasts to a reporter visiting recently. "I got me six of these."Jimmy's is a world of hard drugs, fast money and the good life he believes both can bring. Every day, junkies casually buy herion from Ron, his mother's live-in-lover, in the dining room of Jimmy's home. They "cook" it in the kitchen and "fire up" in the bedrooms. And every day, Ron or someone else fires up Jimmy, plunging a needle into his bony arm, sending the fourth grader into a hypnotic nod.Jimmy prefers this atmosphere to school, where only one subject seems relevant to fulfilling his dreams. "I want to have me a bad car and dress good and also have me a good place to live," he says. "So, I pretty much pay attention to math because I know I got to keep up when I finally get me something to sell."Jimmy wants to sell drugs, maybe even on the District's meanest street, Condon Terrace SE, and some day deal heroin, he says, "just like my man Ron."Ron, 27, and recently up from the South, was the one who first turned Jimmy on."He'd be buggin' me all the time about what the shots were and what people was doin' and one day he said, 'When can I get off?'" Ron says, leaning against a wall in a narcotic haze, his eyes half closed, yet piercing. "I said, 'Well, s . . ., you can have some now.' I let him snort a little and, damn, the little dude really did get off."Six months later, Jimmy was hooked. "I felt like I was part of what was goin' down," he says. "I can't really tell you how it feel. You never done any? Sort of like them rides at King's Dominion . . . like if you was to go on all of them in one day."It be real different from herb (marijuana). That's baby s---. Don't nobody here hardly ever smoke no herb. You can't hardly get none right now anyway."Jimmy's mother Andrea accepts her son's habit as a fact of life, although she will not inject the child herself and does not like to see others do it."I don't really like to see him fire up," she says. "But, you know, I think he would have got into it one day, anyway. Everybody does. When you live in the ghetto, it's all a matter of survival. If he wants to get away from it when he's older, then that's his thing. But right now, things are better for us than they've ever been. . . . Drugs and black folk been together for a very long time."Heroin has become a part of life in many of Washington's neighborhoods, affecting thousands of teen-agers and adults who feel cut off from the world around them, and filtering down to untold numbers of children like Jimmy who are bored with school and battered by life.On street corners and playgrounds across the city, youngsters often no older than 10 relate with uncanny accuracy the names of important dealers in their neighborhoods, and the going rate for their wares. For the uninitiated they can recite the color, taste, and smell of things such as heroin, cocaine, and marijuana, and rattle off the colors in a rainbow made of pills.The heroin problem in the District has grown to what some call epidemic proportions, with the daily influx of so-called "Golden Crescent" heroin from Iran, Pakistan, and Afghanistan, making the city fourth among six listed by the U.S. Drug Enforcement Agency as major points of entry for heroin in the United States. The "Golden Crescent" heroin is stronger and cheaper than the Southeast Asian and Mexican varieties previously available on the street, and its easy accessiblity has added to what has long been a serious problem in the nation's capital.David G. Canaday, special agent in charge of the DEA's office here, says the agency "can't do anything about it [Golden Crescent heroin] because we have virtually no diplomatic ties in that part of the world." While judiciously avoiding the use of the term epidemic, Canaday does say that the city's heroin problem is "sizable."Medical experts, such as Dr. Alyce Gullatte, director of the Howard University Drug Abuse Institute, say that heroin is destroying the city. And D.C.'s medical examiner, James Luke, has recorded a substantial increase in the number of deaths from heroin overdose, from seven in 1978 to 43 so far this year.Death has not yet been a visitor to the house where Jimmy lives.The kitchen and upstairs bedrooms are a human collage. People of all shapes and sizes drift into the dwelling and its various rooms, some jittery, uptight and anxious for a fix, others calm and serene after they finally "get off."A fat woman wearing a white uniform and blond wig with a needle jabbed in it like a hatpin, totters down the staircase announcing that she is "feeling fine." A teen-age couple drift through the front door, the girl proudly pulling a syringe of the type used by diabetics from the hip pocket of her Gloria Vanderbilt jeans. "Got me a new one," she says to no one in particular as she and her boyfriend wander off into the kitchen to cook their snack and shoot each other up.These are normal occurrences in Jimmy's world. Unlike most children his age, he doesn't usually go to school, preferring instead to hang with older boys between the ages of 11 and 16 who spend their day getting high on herb or PCP and doing a little dealing to collect spare change.When Jimmy does find his way into the classroom, it is to learn more about his favorite subject -- math."You got to know how to do some figuring if you want to go into business," he says pragmatically. Using his mathematical skills in any other line of work is a completely foreign notion."They don't BE no jobs," Jimmy says. "You got to have some money to do anything, got to make some cash. Got to be selling something people always want to buy. Ron say people always want to buy some horse. My mama say it, too. She be using it and her mama be using it. It's always gonna be somebody who can use it. . . ."The rest of them dudes on the street is sharp. You got to know how many of them are out there, how much they charge for all the different s---, who gonna buy from them and where their spots be . . . they bad, you know, cause they in business for themselves. Ain't nobody really telling them how they got to act."In a city overflowing with what many consider positive role models for a black child with almost any ambition -- doctors, lawyers, politicians, bank presidents -- Jimmy wants most to be a good dope dealer. He says that when he is older, "maybe about 11," he would like to "go over to Condon Terrace (notorious for its open selling of drugs and violent way of life) or somewhere else and sell." With the money he says he would buy a German Shepherd dog and a bicycle, maybe a basketball, and save the rest "so I could buy some real s--- and sell it."His mother doesn't view Jimmy's ambitions with alarm, perhaps because drugs are as much a part of Andrea's world as they are of her son's.She never knew her father. Like her son, Andrea spent her childhood with her mother and the man with whom she lived for 15 years. She recalls that her mother's boyfriend routinely forced her and her younger sister to have sex with him, and Jimmy is the product of one of those rapes.Depressed and discouraged after his birth ("I didn't even name him, you know?My sister liked the name Jimmy and I said 'OK, call him that, who gives a fu--? I guess we got to call him something, don't we?'") she quickly accepted the offer of heroin from a woman who used to shoot up with her mother."It was like nothing I ever knew about before; you be in another world, you know? No more baby, no more mama . . . I could quit thinking about it. After I got off, I didn't have to be thinking about nothing."Threee years later, the family moved after police discovered the shooting gallery in their home, and many of Andrea's sources of heroin dried up. She turned to prostitution and shoplifting to support a $60-a-day habit. Soon after, she met Ron, who had just arrived in Washington and was selling a variety of pills, angel dust and some heroin. She saw him as a way to get off the street and readily agreed when he asked her to move in with him."I was tired of sleeping with all those different dudes and boosting (shoplifting) at Woodies. And I didn't think it would be bad for Jimmy to have some kind of man around," she says.Indeed, social workers in the Southeast Washington community say that so many young black children become involved with drugs because there is no male authority figure present in the home."A lot of these parents (of children involved with drugs) are the unwed mothers of the '60s, and they are bringing up their children by trial and error," says Linda Gilbert, a social worker at Southeast Neighborhood House."The family structure is not there so they [the children] establish a relationship with their peers. If the peers are into drugs, it won't be very long before the kids are, too. . . . They don't view drugs as illegal, and if they are making money, too, then it's going to be OK in the eyes of an economically deprived community."Addicts who have been feeding their habits for 35 years or more are not uncommon in Jimmy's world, and although medical experts say that there is an extremely high risk of his death from an overdose, it is not inconceivable that he will live to reach adulthood."He might already be close to getting a lethal dose," Dr. Dorynne Czechowisz of the National Institute on Drug Abuse says."Much of this depends on the amount he's getting and the frequency with which he's getting it. But I would hate to say that his early death is inevitable. If he were to get treatment, it probably isn't too late to help him. And assuming he doesn't OD before then, he could certainly grow into an addicted adult."At the end of the evening of strange questions about his life, Jimmy slowly changes into a different child. The calm and self-assured little man recedes. cThe jittery and ill-behaved boy takes over as he begins going into withdrawal. tHe is twisting uncomfortably in his chair one minute, irritatingly raising and lowering a vinyl window blind the next."Be cool," Ron admonishes him, walking out of the room.Jimmy picks up a green "Star Wars" force beam toy and begins flicking the light on and off.Ron comes back into the living room, syringe in hand, and calls the little boy over to his chair: "Let me see your arm."He grabs Jimmy's left arm just above the elbow, his massive hand tightly encircling the child's small limb. Theneedle slides into the boy's soft skin like a straw pushed into the center of a freshly baked cake. Liquid ebbs out of the syringe, replaced by bright red blood. The blood is then reinjected into the child.Jimmy has closed his eyes during the whole procedure, but now he opens them, looking quickly around the room. He climbs into a rocking chair and sits, his head dipping and snapping upright again, in what addicts call "the nod.""Pretty soon, man," Ron says, "you got to learn how to do this for yourself"

Crónica

Un mundo lúdico
Por Karina Moreno Rojas

⊙ Loreto es hoy un mundo de color, texturas, juego, arte y buenos deseos e intenciones sociales y de integración por medio del arte y la amistad.
⊙ Presentación que lleva por títulos Autódromo, Aeródromo y Replicarte es un proyecto Artfield (Ejercicios plásticos para la integración de identidades) creado con motivo de la quinta celebración de Best Buddies de México A. C.

México (Aunam) 23/09/08. “Y si caminas un poco más… ¡mira lo que hay!”, “¿Quién necesita más plastilina”, “ese papá, esta mejor ese”, son algunas frases que puedo percibir al caminar por Plaza Loreto, un lugar convertido en juego, risas, sorpresas y asombro de niños y adultos.
Mis pasos se detienen en cada figura de aire que se exhibe, mis oídos atentos ponen atención a las exclamaciones de muchos, principalmente niños, que observan los AUDI TT2008 que se presentan en filas, mis labios susurran asombro y críticas reprochando lo que no me gusta y exaltando lo que sí, mis ojos maravillados examinan parte por parte de las creaciones, mis manos se contienen de tocar lo que sólo es para ver.
Esta presentación que lleva por títulos Autódromo, Aeródromo y Replicarte es un proyecto Artfield (Ejercicios plásticos para la integración de identidades) creado con motivo de la quinta celebración de Best Buddies de México A. C., asociación creada en 1989 en Estados Unidos y pionera en los países latinoamericanos a través de México en el 2003, que se encarga de dar ayuda e integración social a jóvenes con discapacidad intelectual en nuestro país y otros 39 más, entre ellos: Cuba, Alemania, Arabia Saudita, Egipto, Estado de Qatar, Brasil, Colombia, Chile, Filipinas, Jordania, Israel, Tanzania, Tailandia, entre otros.
Y ahí están en hilera cada uno de los AUDI TT2008 esperando ser observados. Más de un niño corre sorprendido, toca el vidrio del coche a escala, lo mira con detenimiento y después de unos minutos de asombro, lo rechaza con una mirada de molestia y desgano. Pronto pasa al siguiente auto, hace el mismo proceso para examinar, pero el resultado es distinto, “¡órale está bien padre!, ¿ya viste mamá?, mira el cochecito alguien lo pintó bonito”, dice alguien y no Patricia Soriano porque no sabe leer, aunque mira las letras su cara de incomprensión es la misma del principio, pero eso no la limita a expresar su agrado por Audi-Hokusai (La gran ola).
“Resulta increíble el juego de texturas que hace”, menciona una chica ante la creación de Jorge Alderete, quien olvida los materiales y la vinculación de lo artificial y modernidad del automóvil y, lo remplaza por pintura que simula lo áspero, raposo y duro de la corteza de un árbol, dibujando sus colores, sus aberturas y sus círculos viciosos que envuelven en el hallazgo.
El juego con pintura automotriz de poliuretano sobre fibra de vidrio permite grades obras artísticas que transmiten emociones, sentimientos, ideas o apreciaciones de la vida. Como ejemplos me atrevo a mencionar a Amistad de Vivianne Betancourt y Mariana León, pareja de jóvenes pertenecientes a la asociación Best Buddies; o Líquido punzocortante realizado por Betsabeé Romero, donde el chorro de pintura negra, simula la cortada que una sierra hace sobre un auto dividiéndolo en dos.
Frente al Autódromo y la tienda Sanborns, niños crean su perspectiva de las diferentes obras de Aeródromo y Autódromo que ya han observado con anterioridad. La plastilina hace de las suyas pegándose en el piso y sobre la ropa de quienes tratan de dominarla para la elaboración de un monstruo come niños, de una llave que abre cualquier sitio del pensamiento, o quizá de la abeja zumbante pariente de la mecánica que dando unos pasos más, se encuentra a la izquierda de la tienda de Slim.
Lo anterior es lo que se le conoce como Replicarte, un espacio de creación y recreación para niños en donde puedan expresar sus puntos de vista, apreciaciones y sensaciones que las diversas piezas artísticas hayan dejado en ellos. Mismo estaba considerado principalmente, para chicos pertenecientes a la asociación Best Buddies que padecieran discapacidad; sin embargo, el ejercicio artístico se extendió en horario de sábados y domingos de10 a 12 y de 12 a 2 p.m., a todos los niños que así lo quieran y se hayan inscrito con anterioridad.
El moderno Chac mool de Roberto de la Torre es la sensación entre adultos y la catástrofe de mal gusto para niños. “Parece diablo mamá, mira su nariz”, “es luchador contra Batman se le nota luego luego”, “no me gusta ese Micky Mouse”, expresan los pequeños al observar una gran figura de aire de un muñeco sentado con las piernas recogidas por sus manos, dicho muñeco lleva antifaz negro con orejas de Micky, su cara y manos es roja, su ropa negra y su playera blanca. “Ay, las pelotas si me gustan”, dice con lástima y enojo una pequeña que desea jugar con las pelotas de colores que lleva en su pansa el Chac mool, pero que tanto miedo le provoca.
La creación más propicia para divertirse es la de Edith Pons: Jardín de bombón. Un círculo de colores con flores de aire encima. “Bájate, ven, ya nos vamos”, le pide un padre a su niña de no más de dos años que con esfuerzo y sin saber bien a bien cómo, trepó hasta el colchón de aire donde ya juega entre flores.
Loreto es hoy un mundo de color, texturas, juego, arte y buenos deseos e intenciones sociales y de integración por medio del arte y la amistad, tema principal que maneja la asociación Best Buddies quien llegó a nuestro país a través de la Fundación Telmex teniendo ahora presencia en estados como Nuevo León, Veracruz, Puebla, Sonora, Estado de México y Morelos, según señala Jaime Whaley en su nota para La Jornada del 15 de septiembre del 2008.
La exposición continuará hasta el 30 de septiembre, con la presencia de obras de empresarios, personalidades, deportistas y artistas de la talla como: Roberto de la Torre, Ilán Liebermann, Carlos Mier y Terán, Edith Pons, Leonora Carrington y su hijo Pablo W. Carrington, José Luís Cuevas y Beatriz del Carmen Cuevas, Rafa Márquez, Lorena Ochoa, Emilio Said, Carlos Slim Domit, Patricia Soriano, Betsabeé Romero, Vivianne Betancourt y Mariana León, Juan Carlos Flores y Alfredo Vidales, entre otros.


FICHA TÉCNICA:
Aeródromo, Autódromo y Replicarte, Artfield y Best Buddies, curador: Javier de Jesús López et al., Plaza Loreto, Ciudad de México, presentación temporal, 10 al 30 de septiembre del 2008.

Columna

TINTA AL VUELO

¿Qué es el 2 de octubre?
Por Karina Moreno Rojas

⊙ ¡2 de octubre no se olvida!
⊙ Por los estudiantes de ayer y los de hoy.
⊙ Castigo a los culpables, seguimiento al proceso penal.

Los años no pasan de en balde, los estragos que causan aparecieron en los dirigentes del Comité 68. 40 años han pasado desde la masacre y aún el recuerdo sigue vivo, aún la gente sale a protestar por la falta de responsables y castigos a los culpables, aún las amas de casa se resisten a aceptar la indiferencia y olvido de la ciudadanía y sobre todo de las autoridades, aún los intelectuales reclaman y alzan la voz acompañados de las nuevas generaciones de estudiantes, que si bien no recuerdan el momento del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, lo han leído en sus libros, lo han escuchado de maestros, tíos, abuelos, etcétera.
Después de todo este tiempo, la marcha de reanudó pero, ¿en verdad fue en memoria de los caídos durante el mitin de 1968? O ¿fue sólo el pretexto de inconformes de Atenco, campesinos, profesores de Puebla, los padres de los estudiantes involucrados con el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de gritar en contra de las alzas de precios en la gasolina y los alimentos, y aún más, el pretexto de encapuchados y enmascarados para saquear negocios, provocar violencia y denigrar el movimiento?
Ni siquiera en las protestas hubo acuerdo, los llamados “históricos” (los estudiantes sobrevivientes y dirigentes del movimiento en 1968) gritaban a favor de Cuba y contra Estados Unidos, pedían la aclaración y castigo a los culpables. Mientras que los nuevos estudiantes, quienes bien podrían ser sus nietos, gritaban que Calderón y Echeverría eran lo mismo, y eso nada más para justificar sus protestas contra el presidente actual y, repetían “culeros” y con eso englobaban a todos, quién sabe a cuántos, a lo mejor y hasta nos tocó.
A lo anterior hay que agregar a los profesores poblanos que protestaban contra la maestra Elba Esther Gordillo y la Alianza por la Calidad de la Educación defendiendo por tanto a las normales, los campesinos a favor de la vida del campo mexicano, los padres de Lucía Morett en pro de su hija y de los papás de los demás jóvenes involucrados y, los habitantes de San Salvador Atenco en demanda de la libertad de Ignacio del Valle y de otros 12 integrantes del FPDT (Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra).
¿Por qué disgregarse en tantas solicitudes y reclamos? ¿Por qué no unirse a una sola voz por la verdad, por lo ocurrido el 2 de octubre sin desviarse en proclamas de otro tipo? Por si no lo recuerdan, la extinta Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) lo único que consiguió fue el juicio contra el ex presidente Luis Echeverría, sin lograr llevarlo a prisión.
En un breve recuento, el presunto autor intelectual de la matanza del 68, Luis Echeverría Álvarez, fue encausado penalmente en el 2006, sin lograr comparecer ante un juez de primera instancia debido a que sus abogados Juan Velásquez y Heraclio Bonilla lograron ampararlo y, demostraron su delicada salud para exentarlo de presentarse siquiera al estudio de personalidad.
Aunado a lo anterior, tres magistrados colegiados no han resuelto la problemática respecto al amparo, no le han dado revisión en más de un año por lo que el juicio está congelado y por tanto, no hay culpables, al menos no de los peces gordos.
Actualmente el juicio está detenido y no existe fiscalía alguna que ejerza presión y continúe en la lucha a favor de los caídos hace 40 años. Algunos personajes como la ministra Olga Sánchez Cordero sugieren la formación de una comisión de la verdad, misma que ha sido organizada en otros países latinoamericanos como Argentina y Chile y en europeos como Francia, con la intención de develar la verdad y los acontecimientos tal y como sucedieron; sin embargo, esto sólo es una sugerencia, no algo existente en nuestro país por el momento.
Entonces ¿vale o no la pena salir a la calle y aún gritar, 2 de octubre no se olvida?