16 de abril de 2008

Guía para la publicación de libros de Datus C. Smith

DESPUÉS DE LA CORRECCIÓN, LA CREACIÓN FÍSICA

En toda casa editorial existe el encargado de convertir el manuscrito, entregado por un autor y corregido por el correcto, en libro. Esta persona tendrá como objetivo “proyectar un libro que a la vez sea atractivo y logre transmitir las ideas del autor y el ilustrador de la manera más clara e inteligente posible”[1]. Quien se encarga de realizar dichas actividades es el: diseñador.
Datus Smith plantea en su libro Guía para la publicación de libros que a pesar de que una empresa editorial sea pequeña, siempre se tendrá que cubrir de forma eficiente las funciones y obligaciones de un diseñador como son: “determinar las características del libro… medidas de la página, el tipo y tamaño de la letra y su ubicación en la página, la medida de los márgenes, el espacio entre líneas, la colocación de títulos de capítulos y números de páginas, el plan de ilustraciones y tablas, el tipo de papel en que se ha de imprimir, la clase de encuadernación, el papel o tela que se utilizará en la cubierta y los mil y un detalles que inciden en la apariencia del libro”[2].
Es decir, el diseñador se encargará de determinar cómo será la presentación del libro, con la finalidad de hacerlo un producto atractivo capaz de venderse por sí solo principalmente, “en libros de producción masiva” donde será de suma relevancia que el libro llame la atención de los lectores dentro del estante de una librería.
Será sustancial que todo diseñador considere conocer el propósito del libro (finalidad del autor e intereses de la editorial) y los costos con relación en cada uno de los aspectos del diseño. Además de que la obra sea atractiva, clara y viable desde el punto de vista de impresión.
A grandes rasgos, los aspectos que deben ser considerados por el diseñador y de los cuales será responsable son: el cálculo del tamaño del libro (el cual determinará un porcentaje importante del costo total) que se obtiene “contando el número de caracteres y multiplicando la cifra por el número de cuartillas que consta el manuscrito”[3], para después “con base en tablas ya elaboradas con las cifras correspondientes a los distintos tipos, será posible calcular cuantos caracteres caben en cada página”[4] y por tanto la cantidad de páginas con que contará la obra (sin considerar ilustraciones, portadas, índices y otros).
Otro aspecto es el tipo y tamaño de letra, longitud de línea e interlínea y presentación agradable. Aunado a esto, se debe poner atención y decidir en justificar o no un texto según las necesidades que se tengan.
Un aspecto más se refiere al orden que se dará a las imágenes, cuadros, tablas, notas al pie de página, etcétera, es decir, cómo se dispondrán. De principio este material debe ser aportado por el autor, pero en caso de que éste no lo haga, la editorial se encargará de resolver el problema mas no de pagarlo, el autor es el que cubrirá todos los gastos pagándolo de sus honorarios.
La elección y creación de portadas y forros resulta ser el aspecto más creativo para el diseñador, por tanto la parte más interesante del proceso. Éstas deben ser atractivas, por eso el diseñador tiene la posibilidad de utilizar los materiales que mejor le convengan, siempre y cuando se limite en los costos que la editorial tiene contemplados y se pueda disponer de los materiales.
Es responsabilidad del diseñador “decidir en cuanto a la composición tipográfica, el tipo de impresión, el papel en que se llevará a cabo ésta y la encuadernación”[5]. La tipografía se refiere a la técnica con que serán compuestas las palabras a ser impresas; por otra parte, la impresión y los diversos tipos de ello estará determinado de la tipografía y de si existen imágenes o sólo texto; en el caso del papel se determinará en función de la impresión, pues dependiendo de cómo sea ésta será el tipo de papel, ya que en algunos no queda; finalmente, la encuadernación, que es la decisión respecto a las pastas, dependerá del aspecto económico, el diseñador únicamente se ajustará a lo que la editorial decida al respecto.
En conclusión, el diseñador es el responsable de dar una buena presentación a los libros, de crear una obra maestra que llame la atención de los compradores. “El éxito de un diseñador radica en crear una obra agradable para todos con un presupuesto reducido”; de esta forma, resulta un producto atractivo a la vista y satisfactorio para los bolsillos de los lectores y por supuesto de la editorial responsable.
Cabe destacar que una forma en que las casas editoriales han propiciado a la creación de buenos diseños es a través del reconocimiento de ellos por medio de exhibiciones y premios como: “Los Cincuenta Libros del Año del Instituto Americano de Artes Gráficas de Estados Unidos, Los Libros Mejor Diseñados del Mundo de Leipzig o los premio Noma de Asia para libros infantiles”[6], entre otros.

BIBLIOGRAFÍA:
SMITH Datus C. Jr., Guía para la publicación de libros, México, Edit: Asociación de Editores de Instituciones de Educación Superior de México y Universidad de Guadalajara, 1966, 1ª edición en español 1991, p. 83-94.

[1] SMITH Datus C. Jr., Guía para la publicación de libros, México, 1966, 1ª edición en español 1991, p. 84.
[2] Ibid., p. 83.
[3] Ibid., p. 86
[4] Ibid.
[5] SMITH Datus C. Jr., OP. CIT., p. 91.
[6] Ibid., p. 94.

15 de abril de 2008

Guía para la publicación de libros de Datus C. Smith

¿Y QUIÉN CORRIGE LOS ESCRITOS?

En el capítulo cinco del libro Guía para la publicación de libros de Datus C. Smith se plantea la responsabilidad que recae en el corrector durante la producción de un libro. Es éste quien se encarga de darle uniformidad al texto de un autor y de proporcionar claridad a las ideas que se ofrecen, de manera que al llegar el escrito a manos del tipógrafo o capturista, no tenga que estar adivinando de qué se habla, así sólo se dedica a copiar respetando las indicaciones que se le hagan.
El editor es quien: busca los escritos a publicar y al encargado que se desempeñará como corrector. La contratación de éste último puede ser de forma temporal, siendo corrector externo[1] también conocidos como freelance; o, como generalmente lo hacen las editoriales grandes, correctores que están dentro de su nómina permanente.
Cuando la contratación es permanente, los correctores tendrán a su cargo además de la corrección de los textos, la coordinación de otros actores como tipógrafos y dibujantes, así como el manejo de pruebas (cambios y revisiones hechas por el tipógrafo, el corrector y el autor comunicándose todos entre sí).
Generalmente, se hacen dos lecturas de manejo de pruebas: las “galeradas, es decir, del texto antes de la formación de páginas, y, después las pruebas compaginadas, cuando se hayan incorporado las correcciones y formado las páginas con su folio correspondiente”[2].
Cabe destacar que muchas casas editoriales no ven la importancia de realizar el manejo de pruebas e incluso, llegan a ignorarlo con la intención de ahorrarse dinero y bajar los costos del libro. Sin embargo, en muchas ocasiones esto resulta contraproducente, pues si no se hacen las correcciones debidas, es posible que salga al mercado un producto malo y que por tanto sea un fracaso en ventas. Así, se pierde más dinero del que se ahorra.
En este sentido, es prudente mencionar la responsabilidad que tiene el autor. La primera es mandar su escrito lo mejor posible según los requerimientos del contrato, de manera que el corrector no tenga que estar luchando por entender el texto e incluso haciendo correcciones fuera de lugar.
Y la otra responsabilidad se refiere a las alteraciones del autor durante el proceso de edición. “En la mayoría de los países occidentales existe la costumbre muy arraigada de cobrar al autor una cantidad extra por concepto de correcciones debidas a la inclusión de nuevas ideas”[3] o eliminación de ellas. Lo anterior se estipuló en las reglas editoriales para proteger a la casa editora de gastos innecesarios por caprichos del autor. Los cambios los puede hacer, pero él correrá con los gastos que genere volver a redactar las pruebas, cubriéndolos de sus honorarios.
En toda casa editorial, sea grande o pequeña, existe la función del corrector desempeñada por una persona con dicho título, o en su ausencia, por el editor.
“La función del corrector es la de ayudar al autor a presentar las ideas escritas de manera nítida, ordenada y eficaz. Además, debe presentar el trabajo limpio, corregido con precisión y marcadas en él claramente las instrucciones para el tipógrafo, con la finalidad de que las correcciones posteriores se reduzcan al mínimo”[4].
La función del corrector es indispensable debido a que ningún autor ha sido capaz de entregar sus escritos “limpios”, es decir, sin errores. El escritor se inspira y crea, pero en la elaboración olvida algunas precisiones y detalles para el entendimiento de su obra o simplemente, no ve los errores porque lee lo que desea leer y no lo que está escrito. Es por eso que el corrector toma un papel muy importante siendo quien, al tener mayor distancia con el trabajo, puede percibir los errores y corregirlos oportunamente.
Con lo anterior se entra a un nuevo conflicto: cuando los autores no aceptan correcciones y se amparan diciendo que es cuestión de estilo. Ciertamente, el corrector debe tener cuidado al momento de corregir, pues no debe cambiar las ideas del autor ni modificar su sello personal (por ejemplo, el caso de José Saramágo, quien no utiliza ni un solo signo de puntuación y mezcla mayúsculas y minúsculas, éste es su estilo). Por eso todo corrector debe avisar al autor de los cambios a realizar y con diplomacia ponerse de acuerdo para no alterar el contenido a menos de que sea con el consentimiento del creador.
“Los aspectos que un corrector debe cuidar se pueden agrupar en: legibilidad, unificación, gramática, claridad y estilo, veracidad de la información y propiedad y legalidad”[5].
Dentro de los tres primeros puntos se considera: que el texto sea legible y/o claro, que se pueda leer para que el tipógrafo no adivine lo que escribirá; es importante que el corrector tenga conocimientos de los elementos básicos de simbología para corregir.
Además se busca uniformidad en el escrito tanto en ortografía, acentuación, puntuación, aspectos de transliteración o traducción, uso de abreviaturas, formas alternativas por ejemplo para escribir nombres de lugares (Philadelphia o Filadelfia, Bejin o Pekín), unificación en materiales auxiliares (tablas, cuadros, gráficas, fórmulas, notas al pie de página), además de considerar: uso de comillas, cursivas, mayúsculas, separación de palabras con guiones, negritas, sangrías, guiones, siglas y/o acrónimos, entre otros.
En el caso de los últimos dos aspectos, obviamente el corrector no puede ni cuenta con el tiempo para corroborar todos los datos que el escritor haya puesto en su texto, “pero si cuenta con un buen nivel de conocimientos sobre diversos temas, y puede detectar errores al dar lectura al manuscrito…corroborar afirmaciones que le parecen sospechosas”[6].
En el caso de la propiedad y legalidad, el corrector tiene la obligación de detectar “detalles” en el escrito que “puedan violar las leyes nacionales o estén en contra de la política editorial de la empresa, la decencia y la propiedad”[7].
Finalmente, las herramientas que utiliza todo corrector para realizar su labor intelectualmente son: “la inteligencia e imaginación de los empleados… una sólida preparación general, curiosidad intelectual, pasión por la lectura de temas variados y gran sensibilidad hacia los idiomas”[8].
Dentro de las herramientas físicas que utiliza están tijeras, lápices, pegamento y foliador, así como varios libros de consulta, enciclopedias y diccionarios (sobre todo de idiomas).
Por tanto, todo corrector es necesario y su labor, a pesar de ser poco conocida y menos reconocida por los actores involucrados y lectores, es de suma importancia, pues de ella depende la calidad de un escrito, no en contenido pero si en forma, siendo así responsable de una parte del éxito de venta de una obra.


BIBLIOGRAFÍA:
SMITH Datus C. Jr., Guía para la publicación de libros, México, Edit: Asociación de Editores de Instituciones de Educación Superior de México y Universidad de Guadalajara, 1966, 1ª edición en español 1991, p. 54-68.

[1] “… personas ajenas a la editorial que trabajan en su casa cobrando un precio preestablecido”. SMITH Datus C. Jr., Guía para la publicación de libros, México, 1966, 1ª edición en español 1991, p. 79.
[2] Ibid., p. 80.
[3] Ibid., p. 81.
[4] SMITH Datus C. Jr., OP. CIT., p. 69.
[5] Ibid., p. 71.
[6] SMITH Datus C. Jr., OP. CIT., p. 76.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p. 78.