El Universal
La naciente pasión afgana por la tele
BARRY BEARAK • THE NEW YORK TIMES
El Universal Lunes 06 de agosto de 2007
Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
KABUL.— Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
El primer delito, que además resultaba obvio, era el largo de su cabello. Aunque los talibanes insistían en que los hombres no debían recortarse la barba, se oponían al “desaliño”, y el estudiante llevaba los mechones desgreñados. Su otra transgresión era más grave. Si sus captores escudriñaban entre sus posesiones, encontrarían un CD con una película clasificación X.
“Afortunadamente, no se dieron cuenta; mi único castigo fue afeitarme la barba, por mi cabello largo”, recordó Sediqi, que ahora, a sus 26 años, es uno de los hombres más conocidos del país, no por ser un guerrillero o un mulá, sino por ser una celebridad de la televisión, el conductor de Afghan Star, versión afgana de American Idol.
Desde la caída del régimen talibán, a finales de 2001, Afganistán se ha desarrollado a tropezones. Entre las cosas que no han cambiado, y que afectan a la gente, está la continua guerra, los líderes ineptos, los policías corruptos y las difíciles condiciones de vida. De acuerdo con los más recientes sondeos del gobierno, sólo 43% de las viviendas cuentan con ventanas y techos no destruidos; 31% tiene agua potable segura y 7% baños adecuados.
Pero la televisión ha recibido un impulso fenomenal, en un país donde los afganos buscan algún escape, como en el resto del mundo: las telenovelas que enfrentan a los buenos con los malos; los chefs que preparan alimentos que la mayoría de las personas nunca comería en cocinas que nunca podrían tener, pues no podrían pagarlas; los anfitriones de talk-shows, extrayendo secretos de los desvergonzados, que no pueden guardarse los problemas para ellos mismos.
La más reciente encuesta nacional, que data de 2005, muestra que 19% de los hogares afganos cuenta con una televisión, una cifra considerable, no sólo por el hecho de que tener televisión durante el régimen talibán era un delito, sino porque apenas 14% de la población tiene acceso a la electricidad. En un estudio de este año sobre las cinco provincias afganas más urbanizadas, dos terceras partes de los entrevistados dijeron que veían televisión todos los días o casi todos los días.
“Tal vez Afganistán no es tan diferente de otros lugares”, dijo Muhammad Qaseem Akhgar, un importante analista social y editor de un periódico. “La gente ve televisión porque no hay nada más que hacer”.
Leer es una opción más improbable: apenas 28% de la población está alfabetizada. “¿En qué otra cosa puede uno divertirse”, añadió Akhgar.
Cada noche, los residentes de Kabul prenden el televisor en el horario estelar como relojes, como responderían, en otras circunstancias, al llamado a la oración. “Como puede ver, la televisión dice la verdad, porque en todo el mundo las suegras se dedican a buscar pleito”, dijo Muhammad Farid, un afgano sentado en un restaurante junto a la mezquita Pul-i-Khishti Mosque, con la atención fija en una telenovela india doblada al dari.
Las mujeres, cuyas apariciones en público se ven limitadas por las costumbres, suelen ver sus programas favoritos más bien en casa. En cambio, los hombres son libres de convertir a la televisión en un ritual comunal. En los restaurantes, los clientes se sientan en plataformas alfombradas, atentos al aparato de televisión colocado cerca del techo. Cuestiones profundamente metafísicas los abruman: ¿Encontrará Prerna la felicidad con el señor Bajaj, que, después de todo no es el padre de su hijo?
“Estos son problemas que te enseñan cosas sobre la vida”, dijo Sayed Agha, que de día vende verdura fresca en un carrito, y de noche acostumbra ver melodramas.
Qué ver no está a discusión. A las 7:30, Prerna, una telenovela india conocida por el nombre de su protagonista femenina.
La naciente pasión afgana por la tele
BARRY BEARAK • THE NEW YORK TIMES
El Universal Lunes 06 de agosto de 2007
Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
KABUL.— Hace siete años, en una época diferente, en un Afganistán distinto, Daoud Sediqi, estudiante de medicina, regresaba del campus en su bicicleta cuando fue detenido por la policía religiosa del Talibán. El temor se apoderó del joven, pues sabía que había violado al menos dos leyes.
El primer delito, que además resultaba obvio, era el largo de su cabello. Aunque los talibanes insistían en que los hombres no debían recortarse la barba, se oponían al “desaliño”, y el estudiante llevaba los mechones desgreñados. Su otra transgresión era más grave. Si sus captores escudriñaban entre sus posesiones, encontrarían un CD con una película clasificación X.
“Afortunadamente, no se dieron cuenta; mi único castigo fue afeitarme la barba, por mi cabello largo”, recordó Sediqi, que ahora, a sus 26 años, es uno de los hombres más conocidos del país, no por ser un guerrillero o un mulá, sino por ser una celebridad de la televisión, el conductor de Afghan Star, versión afgana de American Idol.
Desde la caída del régimen talibán, a finales de 2001, Afganistán se ha desarrollado a tropezones. Entre las cosas que no han cambiado, y que afectan a la gente, está la continua guerra, los líderes ineptos, los policías corruptos y las difíciles condiciones de vida. De acuerdo con los más recientes sondeos del gobierno, sólo 43% de las viviendas cuentan con ventanas y techos no destruidos; 31% tiene agua potable segura y 7% baños adecuados.
Pero la televisión ha recibido un impulso fenomenal, en un país donde los afganos buscan algún escape, como en el resto del mundo: las telenovelas que enfrentan a los buenos con los malos; los chefs que preparan alimentos que la mayoría de las personas nunca comería en cocinas que nunca podrían tener, pues no podrían pagarlas; los anfitriones de talk-shows, extrayendo secretos de los desvergonzados, que no pueden guardarse los problemas para ellos mismos.
La más reciente encuesta nacional, que data de 2005, muestra que 19% de los hogares afganos cuenta con una televisión, una cifra considerable, no sólo por el hecho de que tener televisión durante el régimen talibán era un delito, sino porque apenas 14% de la población tiene acceso a la electricidad. En un estudio de este año sobre las cinco provincias afganas más urbanizadas, dos terceras partes de los entrevistados dijeron que veían televisión todos los días o casi todos los días.
“Tal vez Afganistán no es tan diferente de otros lugares”, dijo Muhammad Qaseem Akhgar, un importante analista social y editor de un periódico. “La gente ve televisión porque no hay nada más que hacer”.
Leer es una opción más improbable: apenas 28% de la población está alfabetizada. “¿En qué otra cosa puede uno divertirse”, añadió Akhgar.
Cada noche, los residentes de Kabul prenden el televisor en el horario estelar como relojes, como responderían, en otras circunstancias, al llamado a la oración. “Como puede ver, la televisión dice la verdad, porque en todo el mundo las suegras se dedican a buscar pleito”, dijo Muhammad Farid, un afgano sentado en un restaurante junto a la mezquita Pul-i-Khishti Mosque, con la atención fija en una telenovela india doblada al dari.
Las mujeres, cuyas apariciones en público se ven limitadas por las costumbres, suelen ver sus programas favoritos más bien en casa. En cambio, los hombres son libres de convertir a la televisión en un ritual comunal. En los restaurantes, los clientes se sientan en plataformas alfombradas, atentos al aparato de televisión colocado cerca del techo. Cuestiones profundamente metafísicas los abruman: ¿Encontrará Prerna la felicidad con el señor Bajaj, que, después de todo no es el padre de su hijo?
“Estos son problemas que te enseñan cosas sobre la vida”, dijo Sayed Agha, que de día vende verdura fresca en un carrito, y de noche acostumbra ver melodramas.
Qué ver no está a discusión. A las 7:30, Prerna, una telenovela india conocida por el nombre de su protagonista femenina.
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